martes, 11 de junio de 2013

De ollas, marrana, actores y monjes

El director de cine José Luis Cuerda recordaba hace unas semanas, en su página de twitter, con motivo del fallecimiento de AlfredoLanda, una pregunta que le hizo el actor mientras rodaban “La marrana”: ¿José Luis, verdad que soy el actor que mejor come y habla al mismo tiempo?”. Cuerda le contestó que sí, que no conocía a nadie que fuera más feliz hablando y comiendo a la vez, y que lo hiciera con tanta facilidad y soltura. Comer y charlar maridan bien si se tiene apetito de ello.
Landa era un hombre que se entusiasmaba con la comida, con la buena cocina. Tuve ocasión de coincidir con él una vez en un restaurante de Villanuevade la Torre. Una asociación gastronómica le entregaba un premio, sabedores sus miembros de lo buen comensal, y lo agradecido que era Landa.  Hace ya muchos años de esto, pero recuerdo como si fuera ayer, que según iba degustando un cocido, el gran actor no paraba de contar anécdotas, de poner a parir a los políticos y de elogiar a la buena gente llana y sencilla que disfrutaba, como él, de la buena mesa y la charla entre amigos. No se me olvidará aquella cena, en la que yo iba de plumilla entrevistador. Por cierto,  le hice varias preguntas a los postres,  según se comía una macedonia de frutas, y puedo aseguraros que no fue nada frugal en sus respuestas. De entre todas ellas, recuerdo una frase que pertenece  al guión de “La marrana” y que la he llevado conmigo el resto de mi vida profesional: “Lo que uno ve tiene más tamaño cuanto más te acercas, lo que uno desea es mayor cuanto más lejos está”.

Mucho tiempo después de aquel cocido, también disfruté de una cena larga y amena en Hita, con uno de sus grandes amigos, José Sacristán, el tipo más divertido que conozco. Pero esa será otra historia que tendrá su espacio en este blog.
El caso es que el bueno de Alfredo Landa no le hizo ascos a un buen cocido, aunque fuera para cenar. En Guadalajara se comen buenos cocidos en muchos restaurantes. De hecho, la mayoría de las casas que se dedican a dar menús en la capital, le dedican un día a la semana al padre de todos los guisos, que sólo tiene un ingrediente imprescindible:  tiempo. Si además se dejan cocer las legumbres, la hortaliza y la carne de pollo, cerdo y ternera junto a la lumbre, en puchero de barro, entonces ya estamos ante un cocido de usía, de los de antes. No voy a citar establecimientos, para que no se me enfade nadie, pero larga fama tuvieron los cocidos de Casa Víctor, en la calle Bardales y los del viejo Casino, años ha… Tanto era así, que competían en gusto y sabor con los de Alcalá de Henares, e incluso con los de La Bola en Madrid, o al menos eso me cuentan algunos de los fieles que bajaban de los pueblos a la capital alcarreña sólo para degustar una buena olla.

No hay una receta estricta para un buen cocido. El contenido varía según el cocinero, la comarca… y el dinero que se tenga para echarle viandas al agua. Su madre, la olla podrida, era uno de los platos principales y más versátiles del Siglo de Oro. Por proximidad, aquí nos ajustamos más o menos a los ingredientes madrileños, que Lope de Vega puso en verso en su obra El hijo de los Leones:
Me conformo con la olla:
píntame el alma que tiene.
Buen carnero y vaca gorda,
la gallina que dormía
junto al gallo más sabrosa
que las demás, según dicen (…)
Tiene una famosa liebre
que, en esta cuesta arenosa
ayer mató mi Barcina,
que lleva viento en la cola;
y tiene un pernil de tocino
quitada toda la escoria
que chamusqué por San Juan (…)
Dos varas de longaniza,
que compiten con la lonja
del referido pernil,
y un chorizo y dos palomas (…)
Y sin aquesto, Joaquín,
ajos, garbanzos cebollas
tiene y otras zarandajas (…)
Eslava Galán en su obra Tumbaollas y hambrientos, da como probable que la olla podrida, nuestro actual cocido, surgiese de la mezcla de dos guisos. Uno, pobre: el puchero medieval (sopa de hortalizas, legumbres y carne cuando la había) “que se mantenía todo el día en evolución lenta, a fuego de granzas u hojas prensadas, y al que se iban agregando los materiales disponibles sin solución de continuidad, sobre los restos de la comida anterior”. En cuanto al otro antecesor sería la adalfina judía “convenientemente cristianizada mediante adición de cerdo”, en esencia guiso de carne con hortalizas, y no de hortalizas con carne, como el anterior, porque en esto de la cocina el orden de los factores sí altera el producto.
Sea cual fuese su origen, el caso es que la olla, “deconstruida”, eso sí sin aspavientos, en nuestro actual cocido, era uno de los platos preferidos de Alfredo Landa, actor que estuvo en Guadalajara en más de una ocasión, pero que hoy traemos a colación por su afición a la buena mesa y porque en nuestra provincia, y concretamente en la ruta que hoy vamos a recorrer, rodó junto a José Luis Cuerda y Antonio Resines la película “La marrana”.

Hoy os propongo un recorrido por la orilla del río Jarama, un río que aunque nos suena como de Madrid, recorre durante más de cien kilómetros la provincia de Guadalajara. Arrancaremos en el puente nuevo sobre el río que cruza la carretera que, desde Puebla de Valles lleva a Valdesotos. A mano derecha, antes de cruzar el río, sale un camino que sigue orilla adelante, aguas arriba. Allí dejaremos el coche y echaremos andar durante 50 minutos hasta llegar a las ruinas del monasterio de Bonaval.

 ¡Que no se asuste nadie! El camino sale de la carretera, en el puente nuevo que cruza el río, ya está dicho, a unos 40 kilómetros de Guadalajara y menos de 100 de Madrid, vamos, a tiro de piedra. Y de andar, una hora de ida y otra de vuelta, yendo despacio y por un sendero facilito, facilito. ¡Se me olvidaba! Si queréis, antes de coger el camino, río arriba, podéis ir andando por la carretera, cruzar el río y os encontraréis a cien metros un puente medieval de piedra, a mano izquierda. Una joya arquitectónica que Landa y Resines cruzaron más de una vez con la marrana del ramal, mientras Cuerda les gritaba: ¡Corten, otra vez!

Volvamos atrás, cojamos la senda que nos lleva por la orilla del río y nos adentraremos en un cañón estrecho, de altas paredes, mientras escuchamos, bajo nuestros pies, a veinte metros, el transcurrir del agua. La maleza nos va a impedir ver el agua, salvo en contadas ocasiones, pero lo que sí  podremos es disfrutar de un paisaje único que nos traslada a seiscientos años atrás. Una senda del tiempo por la que los monjes del monasterio de Bonaval transitaban para acercarse a las aldeas vecinas y abastecerse de productos para su olla.

Quejigos, robles, encinas, bog y algún que otro tejo flanquean nuestra caminata, mientras contemplamos sobre nosotros las paredes horadadas por los nidos de los pájaros y adornadas con los chorretones de sus excrementos. De fondo, escuchamos el piar de los pájaros y el rumor del agua del Jarama que nos acompaña, a nuestra izquierda, durante todo el camino. 

Cuando se abre el valle, y la senda se acerca a la altura del río, nos encontramos de golpe con una de las ruinas más hermosas de la provincia de Guadalajara: el monasterio de Bonaval, donde se retiraban a morir los monjes cistercienses. Un edificio del siglo XII, de estilo gótico, que se ha ido degradando con el tiempo y con la rapiña del hombre. Hasta hace poco podía recorrerse su interior, hoy, por motivos de seguridad, la ruina se encuentra vallada, pero su encanto sigue vivo. El reloj de sol, algunos arcos ojivales y su hermoso ábside pueden verse casi intactos…, el resto es ruina. Una ruina que hace poco hemos podido ver en un capítulo de la última entrega de la serie “Águila Roja”.



Unos metros más abajo, el Jarama pasa tranquilo e invita a refrescarse los pies. Desde allí tenemos dos opciones, volver por donde hemos  venido, o acercarnos al pueblo de Retiendas, a veinte minutos a pie. Allí nos podemos tomar una cerveza en el bar y ver la iglesia parroquial, antes de volver a por nuestro coche, junto al puente de la carretera de Valdesotos. 

Una recomendación. Si paráis en Puebla de Valles parar en Casa Mateos, siempre tiene en la sartén  productos de temporada, unos culebros amargos (espárragos zarzeros), setas, algo de caza o unas buenas hortalizas del huerto. Tomaros un vino y preguntad, no tenéis nada que perder, si acaso lo contrario.

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