miércoles, 3 de julio de 2013

Las cárcavas del río Dulce, el plató de Félix

Los caminos de agua pueden iniciarse aguas abajo o aguas arriba, depende de lo que se busque. El que hoy proponemos, entre las localidades de Pelegrina y Aragosa da igual cómo se haga. Se suba o se baje, son dos horas largas andando en la ida y otras tantas a la vuelta. 




En verano hay buena sombra, pero que nadie se crea que todo es resguardo. Durante el paseo hay también una extensa raña de cereal que se une al ensanche de la vega de Pelegrina, que nos deja veinte minutos a merced de un sol, que si es de justicia, se acuerda uno del reino de los injustos.


Para quien no conozca aun el Parque Natural del Barranco del Río Dulce, diremos que es uno de esos paseos imprescindibles por la provincia de Guadalajara, y además cómodo y aconsejable en cualquier época del año. Está antes de llegar a Sigüenza, a mano izquierda de la A2, dirección Zaragoza, a unos 100 kilómetros de Madrid y la mitad de Guadalajara, aproximadamente.


El río Dulce nace en Sierra Ministra y en su caminar forma uno de los valles más sosegados y calmos de cuantos existen por estas sierras. Cuando nadie daba un duro por el encanto natural de esta provincia, el pionero, el amigo de los animales, el bueno de Félix Rodríguez de la Fuente paseaba sin cesar por las cárcavas del río Dulce y decidió quedarse para mostrar al mundo la grandeza de sus paisajes. Muchas de las más famosas escenas de las míticas series El hombre y la Tierra y Fauna Ibérica, fueron rodadas en este valle. ¡Quién no recuerda al águila imperial sujetando con su férreas garras el corzo herido, lanzándose a tumba abierta contra las rocas para levantar después el vuelo con poderío, soportando el peso del animal bajo sus alas!. Esto ocurrió en Pelegrina, con el río Dulce como sonoro testigo. O el impresionante relato de los lobos corriendo entre las cárcavas de Pelegrina, narrado por Félix con su voz profunda y embaucadora, mientras la música machacona, que nos acompañará toda la vida, marcaba la carrera de la manada. Vamos, que este río forma parte de nuestra infancia y en él, millones de españoles empezamos a ver la naturaleza, su fauna y su flora, con otros ojos y, lo más importante, con otra mirada.



Con estos antecedentes, no es de extrañar que este camino sea cada vez más transitado por los amigos del senderismo. Por aquí transcurren tramos de la Ruta del Quijote, del Camino del Cid, de la Ruta de laLana (Camino de Santiago) y los GR10 y GR118. Es decir, que aunque parezca, cuando nos escondemos bajo los riscos y vemos planear los buitres sobre nuestras cabezas, que estamos descubriendo el mundo, por estas tierras los parajes llevan mucho tiempo siendo disfrutados y pateados por unos y otros.


Hoy os propongo que sigáis la ruta aguas abajo, sobre todo para que, a la vuelta, podáis disfrutar de las croquetas de boletus, de la sopa castellana y del asado del restaurante El Paraíso de Pelegrina, que cuenta con uno de los miradores más espectaculares que conozco. He tenido el privilegio de comer en su sala mientras se organizaba una tormenta en el valle, y la explosión de agua y la traca son tales, que estremecen al más valiente. ¡Un espectáculo!




Pelegrina es un pueblo levantado bajo la sombra de un castillo, hoy en ruinas, en una loma solariega llena de cuestas y de viejos recuerdos. Su fortaleza fue en tiempos lugar de descanso de los obispos de Sigüenza, señores de esta tierra, hasta que la abandonaron hace doscientos años para convertirla en pasto de las huestes carlistas y, un siglo después, de las tropas de Napoleón. Ambos destruyeron la fortaleza sin piedad para evitar que fuese usada por sus enemigos. Dejaron en pie los cuatro cubos, algunos muros pequeños y también su diminuta iglesia románica, levantada en el siglo XII. Una joya con un artesonado mudéjar y un retablo del XVI que en nada desmerecen la sencillez medieval de este templo levantado durante la repoblación  de esta tierra en la Edad Media. 


Al otro lado del pueblo, en lo alto de las barranqueras, no hace mucho se alzó un monumento al malogrado naturalista. Desde allí, aún pueden verse familias de buitres surcando el cielo en busca de alguna carroña que echarse al pico.
Una empinada cuesta baja del pueblo al barranco y allí, ahora aguas arriba, iremos a ver la cascada Gollorio, un cuarto de hora andando que merece la pena si no han “cortado el grifo”, como suele ocurrir casi todos los veranos, éste también. .Cosas de la meteorología. Una vez visto el salto de agua, retomamos aguas abajo cruzando el Dulce por uno de los puentes de madera. Camino de la cascada veremos lo que queda de la caseta y el cercado donde Felíx guardaba los lobos y algunos otros animales en semicautividad que usaba para sus rodajes.



Desde Pelegrina el Dulce llega sigiloso hasta  La Cabrera. "Solemne, pulcra, mansa y verdadera. Huele a silencio y calma entre sus rocas, y es casto el aire y el verdor y el agua. Al resguardo de encinas y enebrales el alma se sosiega y se recrece. Quien te miró una vez ya no te olvida, porque eres novedad y permanencia. Siga guardando Dios tu pura calma y el corazón en tu silencio duerma." Estas bellas palabras del párroco y poeta local Constantino Casado, le sirven al viajero para saber dónde se encuentra. 



En cada casa, casi las mismas que calles, hay un cartel de madera con un nombre y un adorno verde en el borde. En la esquina de la pequeña iglesia hay un ciprés y frente a él un puente de piedra mandado construir por Carlos III, según figura en una losa. El Dulce, por La Cabrera, es un río truchero que perdona la vida a sus peces. Los animales se dejan querer y enseñan sus lustrosos lomos, a veces provocando y otras jugando, para que a los pescadores se les pongan los dientes largos y para que los niños disfruten descubriendo sus rubios colores. A veces ocurre que a los chicos se les escapa una piedra y las truchas organizan cierto revuelo submarino, pero lo hacen para seguir el juego.


Tras bañar La Cabrera, el Dulce continúa hacia el Henares, vigilado por la atenta mirada de las grullas, que se sienten protegidas entre las matas y satisfechas con la abundante pesca. Boj, fresnos, retama, chopos, álamos… la variedad de árboles que nos acompañan junto al río es tal, que el valle podría ser el perfecto escenario para una Facultad de Botánica.




Antes de llegar a Mandayona, el pueblo en el que se encuentra el Centro de Interpretación del Parque, que aconsejo se visite a la ida o a la vuelta con el coche, el río pasa por Aragosa, un pequeño pueblo que tuvo castillo y  también fábrica de papel en el paraje de los Eros,  pero que ahora sólo tiene paz y recuerdos.  El primer billete empleado en el Banco de España se fabricó en Aragosa. Todavía pueden verse los restos de la vieja factoría. 


En Aragosa podremos echar un trago de agua en la fuente y volver por donde hemos venido porque las tripas ya empiezan a componer su sinfonía y en Pelegrina nos espera el Paraíso. ¡Ah, por cierto! Hoy le he pedido prestado algunas fotos a María Matilla, compañera de andanzas nada pelegrinas!



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