Los caminos de agua pueden
iniciarse aguas abajo o aguas arriba, depende de lo que se busque. El que hoy
proponemos, entre las localidades de Pelegrina y Aragosa da igual cómo se haga.
Se suba o se baje, son dos horas largas andando en la ida y otras tantas a la
vuelta.
En verano hay buena sombra, pero que nadie se crea que todo es
resguardo. Durante el paseo hay también una extensa raña de cereal que se une
al ensanche de la vega de Pelegrina, que nos deja veinte minutos a merced de un sol, que si es de justicia, se acuerda
uno del reino de los injustos.
Para quien no conozca aun el
Parque Natural del Barranco del Río Dulce, diremos que es uno de esos paseos imprescindibles
por la provincia de Guadalajara, y además cómodo y aconsejable en cualquier
época del año. Está antes de llegar a Sigüenza, a mano izquierda de la A2,
dirección Zaragoza, a unos 100 kilómetros de Madrid y la mitad de
Guadalajara, aproximadamente.
El río Dulce nace en Sierra
Ministra y en su caminar forma uno de los valles más sosegados y calmos de
cuantos existen por estas sierras. Cuando nadie daba un duro por el encanto
natural de esta provincia, el pionero, el amigo de los animales, el bueno de
Félix Rodríguez de la Fuente paseaba sin cesar por las cárcavas del río Dulce y
decidió quedarse para mostrar al mundo la grandeza de sus paisajes. Muchas de
las más famosas escenas de las míticas series El hombre y la Tierra y Fauna
Ibérica, fueron rodadas en este valle. ¡Quién no recuerda al águila
imperial sujetando con su férreas garras el corzo herido, lanzándose a tumba
abierta contra las rocas para levantar después el vuelo con poderío, soportando
el peso del animal bajo sus alas!. Esto ocurrió en Pelegrina, con el río Dulce
como sonoro testigo. O el impresionante relato de los lobos corriendo entre las
cárcavas de Pelegrina, narrado por Félix con su voz profunda y embaucadora,
mientras la música machacona, que nos acompañará toda la vida, marcaba la
carrera de la manada. Vamos, que este río forma parte de nuestra infancia y en
él, millones de españoles empezamos a ver la naturaleza, su fauna y su flora,
con otros ojos y, lo más importante, con otra mirada.
Con estos antecedentes, no es de extrañar que
este camino sea cada vez más transitado por los amigos del senderismo. Por aquí
transcurren tramos de la Ruta del Quijote, del Camino del Cid, de la Ruta de laLana (Camino de Santiago) y los GR10 y GR118. Es decir, que aunque parezca,
cuando nos escondemos bajo los riscos y vemos planear los buitres sobre
nuestras cabezas, que estamos descubriendo el mundo, por estas tierras los
parajes llevan mucho tiempo siendo disfrutados y pateados por unos y otros.
Hoy os propongo que sigáis la
ruta aguas abajo, sobre todo para que, a la vuelta, podáis disfrutar de las
croquetas de boletus, de la sopa castellana y del asado del restaurante El Paraíso de Pelegrina, que cuenta con uno de los miradores más espectaculares
que conozco. He tenido el privilegio de comer en su sala mientras se organizaba
una tormenta en el valle, y la explosión de agua y la traca son tales, que estremecen al más valiente. ¡Un espectáculo!
Pelegrina es un pueblo levantado
bajo la sombra de un castillo, hoy en ruinas, en una loma solariega llena de
cuestas y de viejos recuerdos. Su fortaleza fue en tiempos lugar de descanso de
los obispos de Sigüenza, señores de esta tierra, hasta que la abandonaron hace
doscientos años para convertirla en pasto de las huestes carlistas y, un siglo
después, de las tropas de Napoleón. Ambos destruyeron la fortaleza sin piedad
para evitar que fuese usada por sus enemigos. Dejaron en pie los cuatro
cubos, algunos muros pequeños y también
su diminuta iglesia románica, levantada en el siglo XII. Una joya con un
artesonado mudéjar y un retablo del XVI que en nada desmerecen la sencillez
medieval de este templo levantado durante la repoblación de esta tierra en la Edad Media.
Al otro lado
del pueblo, en lo alto de las barranqueras, no hace mucho se alzó un
monumento al malogrado naturalista. Desde allí, aún pueden verse familias de
buitres surcando el cielo en busca de alguna carroña que echarse al pico.
Una empinada cuesta baja del
pueblo al barranco y allí, ahora aguas arriba, iremos a ver la cascada
Gollorio, un cuarto de hora andando que merece la pena si no han “cortado el
grifo”, como suele ocurrir casi todos los veranos, éste también. .Cosas de la
meteorología. Una vez visto el salto de agua, retomamos aguas abajo cruzando el
Dulce por uno de los puentes de madera. Camino de la cascada veremos lo que queda de la caseta y el cercado donde Felíx guardaba los lobos y algunos otros animales en semicautividad que usaba para sus rodajes.
Desde Pelegrina el Dulce llega sigiloso hasta
La Cabrera. "Solemne, pulcra, mansa y verdadera. Huele a silencio y calma entre sus
rocas, y es casto el aire y el verdor y el agua. Al resguardo de encinas y
enebrales el alma se sosiega y se recrece. Quien te miró una vez ya no te
olvida, porque eres novedad y permanencia. Siga guardando Dios tu pura calma y
el corazón en tu silencio duerma." Estas bellas palabras del párroco y
poeta local Constantino Casado, le sirven al viajero para saber dónde se
encuentra.
En cada casa, casi las mismas que calles, hay un cartel de madera
con un nombre y un adorno verde en el borde. En la esquina de la pequeña
iglesia hay un ciprés y frente a él un puente de piedra mandado construir por
Carlos III, según figura en una losa. El Dulce, por La Cabrera, es un río
truchero que perdona la vida a sus peces. Los animales se dejan querer y
enseñan sus lustrosos lomos, a veces provocando y otras jugando, para que a los
pescadores se les pongan los dientes largos y para que los niños disfruten descubriendo
sus rubios colores. A veces ocurre que a los chicos se les escapa una piedra y
las truchas organizan cierto revuelo submarino, pero lo hacen para seguir el
juego.
Tras bañar La Cabrera, el Dulce
continúa hacia el Henares, vigilado por la atenta mirada de las grullas, que se
sienten protegidas entre las matas y satisfechas con la abundante pesca. Boj,
fresnos, retama, chopos, álamos… la variedad de árboles que nos acompañan junto
al río es tal, que el valle podría ser el perfecto escenario para una Facultad
de Botánica.
Antes de llegar a Mandayona, el
pueblo en el que se encuentra el Centro de Interpretación del Parque, que
aconsejo se visite a la ida o a la vuelta con el coche, el río pasa por
Aragosa, un pequeño pueblo que tuvo castillo y también fábrica de papel en el paraje de los
Eros, pero que ahora sólo tiene paz y
recuerdos. El primer billete empleado en
el Banco de España se fabricó en Aragosa. Todavía pueden verse los restos de la
vieja factoría.
En Aragosa podremos echar un trago de agua en la fuente y
volver por donde hemos venido porque las tripas ya empiezan a componer su
sinfonía y en Pelegrina nos espera el Paraíso. ¡Ah, por cierto! Hoy le he pedido prestado algunas fotos a María Matilla, compañera de andanzas nada pelegrinas!
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