martes, 29 de octubre de 2013

Río Negro, la finca de la alegría



Decía Séneca que los auténticos placeres, “aún después de haberlos gozado, recrean”. Hoy os voy a proponer uno de esos viajes inolvidables y con retorno. Un viaje que aúna el placer de andar por el campo y disfrutar de la naturaleza, con la gastronomía. Haremos lo que los tour operadores llaman enoturismo, y nosotros: andar entre viñedos.


Hasta hace poco, hablar de Guadalajara y de vino era levantar la carcajada entre la concurrencia. Ya teníamos denominación de origen y se producía una cantidad pequeña pero aceptable de vino, ahora bien, nadie se preocupaba de la calidad de los caldos, más allá de la estrictamente necesaria para que entrase de manera digna en un brik. Hoy es otra cosa. Los que ya producían, no todos, y los que han empezado hace relativamente pocos años han visto que el futuro del sector pasa más por la calidad que por la cantidad y están apostando por ello.




Nos vamos a pasear por la Finca Río Negro en Cogolludo, donde se produce uno de los vinos españoles con mayor altitud en origen, casi los mil metros, línea casi infranqueable para los vinicultores. A partir de esa línea roja los hielos fuera de tiempo pueden jugar una mala pasada. La Finca está abierta al público y sólo hay que llamar antes para recorrerla en una interesante visita guiada con cata incluida, e incluso comida para grupos, si así se acuerda de antemano. Si no, siempre nos quedarán los interesantes restaurantes de Cogolludo, donde se despacha un buen cabrito asado.  Ya volveremos.



 La distancia: cinco minutos de Cogolludo, treinta y cinco de Guadalajara y  una hora y cuarto de Madrid. Se pasa la villa Ducal, sin dejar la carretera que nos trae desde Guadalajara  y apenas tres minutos después, a mano derecha, vemos una entrada flanqueada por un pórtico hecho de pizarra con el nombre de la bodega.




Las tierras de Guadalajara fueron grandes productoras de vino hasta que las arrasó la filoxera a comienzos del siglo XX. Antes de eso en Sacedón, Mondéjar e incluso Trillo se servía vino en la Casa Real, lo que quería decir que no era malo. La enfermedad acabó con las grandes extensiones de viñedo, y la pobreza histórica de las gentes de esta tierra impidió la posterior repoblación con cepas venidas de otros países. Resultado: desapareció el viñedo.
En Cogolludo, los testimonio de los reyes y cortesanos hablan de que el pueblo era famoso por su caza y el buen vino que servían los Duques de Medinaceli a sus invitados, algunos tan reales como Juana, la Loca o Felipe, el Hermoso. En recuerdo de aquella época dorada, se plasmaron unos racimos de piedra en la fachada del palacio ducal. ¡Hasta el general Hugo, que tanto expolió, no pudo por menos que hacer lo propio con el vino de esta tierra, dejando de traer vino francés y bebiéndose media cosecha él solo, tal era su afición!





Unos y otros, estoy convencido de que pasearían entre los viñedos mientras veían correr a los ciervos, algo que es fácil que te ocurra a ti, porque en la finca de la familia Fuentes los hay en cantidad y a veces, como me ocurrió, cruzan la carretera de acceso a la bodega o se dejan ver por los cerratos, alegrándonos la mañana.



La Finca Río Negro tiene 600 hectáreas de las cuales sólo 21 están plantadas de viñedos productivos y otras tantas, de viñedo joven que aun no da vino. O sea, que hay carrete para rato. En su interior hay pinar, monte bajo y viñas. En otoño el contraste de colores es, en sí mismo, un espectáculo. La hoja aún no se ha caído y el cambio de tonalidades, rojo en la vid, amarillo en los chopos, ocre en los robles se mezclan con el verde vivo del pinar y forman una sinfonía tan agradable de escuchar por los ojos, como lo es el vino de beber por la nariz, maridaje perfecto.



Según paseamos vemos en el suelo racimos que se empiezan a pudrir por la humedad y el sol. Se han cortado adrede para aumentar la calidad del vino. Éste es un año de mucha producción, pero eso no es sinónimo de calidad. La hoja de la vid, que es la fábrica del vino, traslada sales y azúcares a los racimos por la noche, al bajar la temperatura. Cuantos  más racimos haya para suministrar, menos calidad tendrá la uva. Es cuestión de prioridades,  si se quiere apostar por un buen vino lo primero que hay que hacer es limitar la cantidad. Sabia y dolorosa decisión que pasa por el conocimiento y la educación. Otra buena lección que nos da la cultura del vino y que aprendieron bien nuestros mayores: “Quien mucho abarca, poco aprieta”. José Manuel Fuentes nos lo explica muy bien mientras recorremos la finca: “Es como el cuento del Gallo Quirico que me contaba mi abuela, si pico me mancho el pico… Muchas veces es mejor no picar, no escuchar los ofrecimientos de las grandes distribuidoras comerciales, y producir menos pero de más calidad”.





La cosecha de 2009 le supuso a Finco Río Negro su consagración en el selectivo y endogámico mundo del vino. No es fácil entrar en él y menos hacerlo por la puerta grande sin ser un productor de Rioja, Penedés o Ribera del Duero. Aquí van las credenciales de Rio Negro: 92 puntos en la Guía Peñín y 90 concedidos por el melindroso Robert Parker, además de una medalla de oro en la Berliner Wein Trophy. Vamos, que en Guadalajara hacemos un vino para presumir que, no sólo está bien puntuado, sino que empieza a verse y beberse en  restaurantes, bodegas y tiendas especializadas, como un referente de calidad. Más de una mención tiene como el mejor vino con precio inferior a 15 euros.



José Manuel Fuentes, dueño de la finca,  pisaba la uva de niño en su pueblo palentino de Cisneros, donde su familia plantaba algún majuelo y producía vino para el consumo familiar. Enamorado del paisaje castellano, buscó un lugar cercano a Madrid donde quitarse la gorra de experto asesor empresarial y ponerse la de aldeano. Llegó a Cogolludo, se enamoró de esta finca y aquí ha sacado adelante junto a sus hijos Fernando y Víctor, un vino para presumir, gracias, eso también, al buen hacer del enólogo Juan Mariano Cabellos.



Entre las variedades que han plantado destaca el Tempranillo, con más de un 60% de las 42 hectáreas cultivadas, pero hay también Syrah, Cabernet Sauvignon, Merlot y la apuesta del  vino blanco: la uva Gewustranimer, una variedad de la ribera del Rhin que cada día gusta más en nuestro país y que, os puedo asegurar, en Río Negro la bordan, sobre todo la que se conoce en la bodega como clase A. Si podéis no dejéis de comprar alguna botella… si hay, porque se agota con facilidad.





El de hoy ha sido un paseo diferente, pero necesario. El pasado fin de semana nuestra región celebraba la Cumbre Internacional del Vino, hubo jornada de puertas abiertas en las bodegas y las de Guadalajara se sumaron a ello. Las cosas están cambiando, para bien, en este sector y popularizar el cultivo de la vid o del trigo es hacerlo de nuestra cultura. Además, de todos es sabido que el vino es la principal de las cosas que conducen a la alegría y en estos momentos nos hace mucha falta. ¡Salud!





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