martes, 28 de abril de 2015

El mundo desde Peña Hueva



Antes de planear una excursión es aconsejable echar un vistazo a internet y consultar las páginas del tiempo. Todos lo hacemos y si no, deberíamos hacerlo. El fin de semana pasado la previsión era de lluvia segura el domingo  y a intervalos el sábado. No hubo más remedio que improvisar una ruta no muy lejos, y no muy larga, y aprovechar el descanso de las nubes. Me acordé de una de mis asignaturas pendientes: Peña Hueva. Siempre pensando en llegar más lejos y en muchas ocasiones tenemos muy cerca una verdadera joya. Juzgad.




La Peña Hueva es uno de los dos bastiones que flanquean la A2 antes de adentrarnos en el valle de Torija. El otro, el de la izquierda, es el Pico del Águila. Ambos son unos balcones excelentes a esa gran llanura que se extiende hacia la sierra de Madrid. Ambos están en el término municipal de Guadalajara y ponernos a pie de ruta apenas nos cuesta cinco minutos.




Dejaremos el coche una vez tomado el desvío de la A2 que nos indica dirección a Jadraque, en la primera rotonda que hay pasada la gasolinera, junto a una depósito de sal para uso de la carretera. Una vez allí emprenderemos el camino por una pista que se adentra en el pinar e inicia el ascenso marcando unos amplios zigzag en la ladera.


Desde el arranque vemos la realidad desde otra perspectiva. Los paisajes rutinarios se transforman en vistas y nos da la impresión de estar muy lejos. En esta época del año, la naturaleza es generosa con quienes nos acercamos a ella. El verde ha cubierto ya la alfombra ocre y parda del invierno y las primeras flores comienzan a poblar el campo.



Pero el ascenso nos proporciona algo más que una postal de colores. Las líneas marcadas por el hombre, que en ocasiones son auténticos arañazos hirientes y sangrantes en el paisaje, adoptan una geometría artística a medida que tomamos altura. Glorietas, carreteras y edificios dibujan figuras precisas sobre el tapiz.


El ascenso es continuado y suave. Tiene el aliciente de caminar entre pinos e ir contemplando, a este y oeste, los distintos paisajes que se abren bajo nuestros pies. Llegar arriba cuesta menos de una hora, yendo despacio. Una vez alcanzada la torreta de vigilancia forestal y pisar la planicie del sombrero de la Meseta, tomaremos durante 10 minutos aproximadamente la senda que bordea el pinar y el campo de cereal que camina por la cresta de la ladera, hasta llegar al mirador natural de la Peña Hueva.


Antes de alcanzar el pico, una hendidura,  a modo de valle frustrado, nos alegra el flanco izquierdo, hasta que de pronto se acaba el camino y nos asomamos a la vega del Henares. ¡Caminad despacio, no toméis  carrerilla y salgáis volando!. Las ansias de libertad que se alcanzan cuando nos asomamos a un balcón de estas características son indescriptibles. Bajo nuestros pies, Iriépal.  A la derecha, la capital y Taracena. Al fondo, Alcalá de Henares y Madrid, con sus torres enhiestas y desafiantes en la distancia. Más allá, los pueblos campiñeros de las provincias de Madrid y Guadalajara y, frente a nosotros, el Pico del Águila, otro reto que habrá que superar cuando llegue el momento.



Es el momento de parar, sentarse, disfrutar y hartarnos de paisaje. Cuando ya estemos ahítos de placer y de silencio, emprenderemos el descenso por un camino que brota a mano izquierda, a los pocos metros de volver sobre nuestros propios pasos. Está a unos 50 metros del pico, no tiene pérdida. Es un buen atajo que nos facilitará la bajada y le ganaremos tiempo al reloj, algo esencial cuando las nubes son negras y amenazan lluvia.



De regreso ya en Guadalajara es el momento de tomar unas buenas cervezas en los bares del barrio, incluso de acercarnos a ese restaurante que llevamos tiempo queriendo ir. Guadalajara ofrece un amplio abanico de posibilidades. Yo os voy a recomendar hoy que descubráis, si no lo habéis hecho, la perdiz escabechada de la cafetería Marlasca, en la calle Felipe Solano Antelo, frente al parque de la Amistad. Es un espacio amplio, concebido más como lugar de tapeo que como restaurante al uso, pero tiene una cocina rica y original con una buena carta de vinos y unas hamburguesas conseguidas, ahora que están tan de moda…. Y ya sabéis, relajaos y a comentar la jugada.


martes, 21 de abril de 2015

Ruta por el valle hermoso de las monjas



El valle del Badiel es uno de los rincones más silenciosos de la provincia, y como no podía ser de otra manera, allí se instaló un monasterio. Hacia él encaminamos hoy nuestra ruta. Partiremos del pueblo de Ledanca, al que se llega tras coger un desvío en el kilómetro 95 de la A2. El valle del Badiel es una de esas sorpresas que se pierden los usuarios de la autovía que no optan por desviarse un par de kilómetros de la carretera.


Ledanca es un pueblo encajado en el valle, subido en una loma y cuya estampa nos obliga a parar el coche antes de llegar para sacar la primera fotografía. En su plaza hay una modesta fuente del siglo XVIII donde podremos dejar el coche y emprender el camino a pie hacia la parte baja del pueblo, en dirección a la ermita.



Aquí comienza nuestra ruta. Tomamos para ello el sendero indicado con una baliza del Camino del Cid situada en la parte izquierda de la fachada de la ermita. Ya no hay pérdida. Por esa senda anduvieron las primeras pobladoras del convento benedictino de San Juan, allá por el siglo XII. Curiosamente fueron monjas francesas, protegidas por un matrimonio de nobles atencinos. Desde el comienzo, el monasterio tuvo la gracia de la nobleza castellana y después de la realeza, de manera que su futuro ha estado garantizado hasta nuestros días. Sorprendentemente hoy viven 19 hermanas benedictinas, lo que convierte el monasterio de San Juan de Valfermoso de las Monjas en el cenobio vivo más antiguo de la provincia.



El camino por el valle es cómodo e invita a la meditación. Caminamos en todo momento junto al río. Su cauce es estrecho pero la vegetación que nos acompaña es intensa y variada. No disfrutaremos de grandes vistas ni de amplios espacios, pero sí del continuo canto de los pájaros en esta primavera exultante.




Nogueras, algún olivo, encinas, sauces, chopos y arbustos de todas las formas y colores adornan el entorno. Una fuente a mitad del recorrido nos permite olvidarnos de la cantimplora y hacer el camino más relajados. En ocasiones, la senda se cubre con las ramas formando una bóveda que protege nuestro paso. En las tardes de verano, el frescor del río y la sombra de los árboles hacen de este paseo un privilegio al alcance de cualquiera.


Cuando llevamos  menos de una hora de marcha, y eso tomándolo con calma, vemos  entre los árboles la silueta del monasterio. Nos acercamos a él por la parte de atrás. Para ello cruzaremos el río por un puente nuevo que, entre las huertas de un viejo molino hoy convertido en vivienda, nos acerca a la puerta de entrada del convento. La mayoría del edificio no tiene nada de medieval. Las numerosas ampliaciones y transformaciones, sobre todo tras el incendio de 1936, hacen que apenas conserve vestigios de sus orígenes, salvo la fachada que da al patio de entrada y la iglesia, cuyo interior está vacío.



Mi recomendación es que antes de hacer el viaje llaméis al convento (Tfno. 949 285 002). He de reconocer que siempre he tenido la curiosidad de probar la comida de las monjas benedictinas de Valfermoso. Para ello hay que reservar con antelación y tener también un poco de suerte. Normalmente el comedor está reservado a los visitantes que se alojan en su interior,  grupos de oración y de catequesis, pero nosotros llamamos y comimos.



Os aconsejo que probéis. Disfrutaréis de un hermoso rincón, como sólo puede verse dentro de un monasterio, y de una comida sencilla pero natural. Las monjas tienen buena mano, al menos esa fama tienen en la comarca, pero hay que comer lo que cocinan ese día, no hay carta, no se dedican a dar comidas, lo hacen por caridad. Mi menú fue a base de chistorra frita y avellanas de aperitivo, acelgas con patatas, chuletas de cordero a la plancha y fruta. Hacen carne de membrillo para vender y miel. En temporada se come lo que tienen en el huerto, pero os puedo asegurar que en esta ocasión lo de menos es qué comemos sino dónde.




Para regresar, podéis tomar el camino andado o acercaos al pueblo de Valfermoso, diez minutos andando, y desde allí un camino os bajará de nuevo a la carretera que lleva a Ledanca. Tenéis dos opciones,  pisar asfalto, no hay tránsito; o cruzar el río donde podáis, es fácil, y tomar de nuevo la senda por donde caminamos al principio pero en dirección contraria.

martes, 14 de abril de 2015

La sierra de Altomira


Hoy vamos a recorrer  la cresta de la sierra de Altomira, también conocida por los paisanos de la zona como sierra de San Cristóbal. De hecho, en uno de los cruces del camino veremos la imagen de este santo incrustada en un monolito. Disfrutaremos de la mejor vista, sin duda la más completa, de los pantanos de Entrepeñas y Buendía, con un regalo en el regato de Bolarque.



Nuestra primera meta es llegar hasta Sacedón y subir, tomando en la primera rotonda de entrada al pueblo  la carretera vieja, el camino de cemento que asciende hasta la imagen del Sagrado Corazón que vemos sobre nuestras cabezas. Subid en coche y dejadle en el aparcamiento que hay bajo los pies de la enorme escultura.



Una vez arriba, ya podemos disfrutar del paisaje de agua, trigos, barbechos, olivos y carrascas que puebla este rincón de la Alcarria. Esa paleta de tonos ocres, azulados y verdosos que tan espléndidamente refleja en sus cuadros el pintor Jesús Campoamor, cuya obra, por cierto, se expone estos días en Guadalajara.  Junto a la tierra, la caprichosa silueta del pantano de Entrepeñas  se nos presenta de una manera única, imprevista, mostrando en toda su crudeza la desecación, por culpa del trasvase Tajo-Segura, de las faldas de los montes que trazan el embalse.



Desde allí tomaremos la pista de acceso, esta vez hacia abajo y andando, y a mano derecha veremos otra pista ancha y perfectamente señalizada que nos conducirá hasta nuestro punto final: la ermita de Nuestra Señora del Socorro.
La “distancia”, en minutos, que separa estos dos puntos es de aproximadamente una hora y cuarto por un camino cómodo, con algún altibajo, pero sobre un firme que perfectamente nos hubiera permitido venir en vehículo… pero no es lo mismo.



La sierra de Altomira es un balcón permanente, primero al pueblo de Sacedón, después a las Entrepeñas y más adelante a Buendía y a las estribaciones de Bolarque. Cada diez minutos exige una parada, de ahí que la hora y cuarto se nos pueda convertir en casi dos horas en el camino de ida, tiempo bien empleado, puro placer.



Sin duda la atalaya más sorprendente la encontraremos al final del recorrido, unos minutos antes de llegar a la ermita del Socorro. El Tajo, encajonado,  convertido en el estrecho pantano de Bolarque, serpentea entre los barrancos de la sierra bajo la mirada atenta del castillo de Anguix, que permanece altivo a pesar de los años. La altura nos permite jugar con los rincones que trazan el agua y la montaña. Todo parece detenerse bajo nuestros pies.


Tras el éxtasis final, nos acercamos  a la ermita de Nuestra Señora del Socorro, un edificio del siglo XVII y un entorno habilitado para romerías, concentraciones de fieles y amantes de la naturaleza. Un lugar perfecto para echar un trago de agua, darle un bocado a una manzana y emprender camino de regreso para llegar a la hora de comer a La Botería.




Dentro en el salón, o en la terraza ahora que llega el buen tiempo, encontraremos el lugar adecuado para el merecido descanso. Empezamos refrescando el gaznate con una cerveza. Las raciones están bien cocinadas. Muy ricas la oreja a la plancha y la ensalada de ventresca con pimientos. Buena carne a la brasa, el pisto excepcional y la quesada de postre casi perfecta. La carta de vinos no es muy amplia pero suficiente, no os despistéis. ¡Al lío!

martes, 7 de abril de 2015

La silenciosa hoz de Moratilla del Henares



Solo quienes viajan en tren desde Guadalajara a Sigüenza han podido disfrutar de la hoz de Moratilla sin bajarse del coche. En otros tiempos, todos los que hacían este recorrido no tenían más remedio que adentrase  entre las fauces de la hoz, fueran a pie o en carro. Por este camino, que seguía el cauce del río Henares, transcurría la calzada que unía Complutum  con Caesaraugusta, o lo que es lo mismo, Alcalá de Henares con Zaragoza.


Era pues una “autovía romana” y, por consiguiente, durante siglos, la ruta que hoy os propongo fue un camino muy transitado. El pasado domingo, en las tres horas que tardamos en recorrerla, entre la ida y la vuelta, no vimos un alma ni a pie, ni en tren. A causa de la reducción de horarios, el tren tradicional se ha convertido en una aparición casi fantasmal.  Los únicos seres vivos que nos acompañaron por el camino fueron los buitres… ¡Lagarto, lagarto…!



A Moratilla del Henares se llega desde Sigüenza. La carretera sale al entrar a la ciudad medieval  a mano izquierda, entre las gasolineras,  y durante cinco kilómetros transcurre junto al río. Dejaremos el coche en la entrada de Moratilla, antes del puente que cruza las vías del tren, y desde allí cogeremos una pista ancha, paralela al camino de hierro. Éste será nuestro mejor referente en caso de duda, tomar la opción que más se acerque a las vías. No hay pérdida.


Muchas de las rutas de este blog no tienen un destino concreto, su encanto está en el viaje y no en la meta. Sin embargo, ésta sí lo tiene, llegaremos al manantial de la Fuente del Jardín, un rincón sugerente que, para nuestro mal,  está cercado, cubierto y entubado para uso exclusivo de Font Vella. Digo yo, y no soy el único ni el primero que lo dice, que podrían haber dejado un chorrillo accesible al público para calmar la sed de los caminantes.



No es así, por consiguiente no queda otra que disfrutar del cañón del río Henares, sin hacerse muchas ilusiones en la meta.  Os puedo asegurar que es un paseo más que agradable, sobre todo a partir de los 20 primeros minutos, cuando el camino se adentra en la hoz y aparecen los primeros cortados rocosos,  las laderas se pueblan de quejigos, álamos, encinas , sauces, fresnos, espadañas, carrizos e incluso algún tilo. El silencio solo lo rompe el sonido del agua en cada regato, que se hace acompañar de ráfagas de  viento que, como un espejismo sonoro, nos engaña y nos hace creer que se acerca algún tren por la vía solitaria, que siempre llevamos cerca.


El Henares, por estos últimos retazos de la sierra, es todavía un río estrecho pero caudaloso. Lleva suficiente agua como para haber abastecido durante años a un  viejo molino transformado en vivienda  y a una  pequeña central eléctrica, Gimena. Bonito nombre para una industria que aunque está en desuso sus dueños protegen, quizá en exceso, con una horrible valla de latón. Un decorado urbanita y  barriobajero que no se merece  una escena natural tan hermosa como la que nos ofrece el río Henares por esta hoz.



Parece mentira, pero ni las catenarias del tren ni los hierros de las vías parecen herir el paisaje como lo hace esa valla injustificada. El tren lleva un siglo y medio transitando por estas tierras y su camino está  limpio, casi mimetizado, como también lo están el caz que lleva el agua a la subestación y el pequeño embalse que propicia el salto que mueve las turbinas. Llevan ahí más de un siglo también y forman parte del paisaje, lo que no tiene sentido es el chapado artificial y grosero, el alicatado metálico del paisaje. Alguien debería hacer algo.





Pero no nos fijemos tanto en lo poco que hay de feo, sino en lo mucho que hay de guapo. Las crestas de los acantilados, las alas extendidas y majestuosas de los buitres, los meandros del río, la variedad de árboles y flores en las laderas, el camino cerrado entre las copas … Todo es puro espectáculo del bueno. Como dice en los mosaicos de los bares: “Hoy es un día maravilloso, lástima que acabe apareciendo alguien que termine fastidiándolo”. No le dejéis. Es más, cuando acabéis la ruta y regreséis por el camino andado, acercaos a Sigüenza y disfrutad con la variedad de restaurantes y bares de tapeo que hay por toda la ciudad y echaos una caña o un café en alguna terraza de la Alameda. Como decía aquél: “¡La vida es un ratico…!”